miércoles, 7 de septiembre de 2016

Una bala en la puta cabeza (Relato)

Escuchad esto para sumergiros más en el relato
Sentado, amordazado y maniatado, el primer sentimiento que te invade es la impotencia. Y conociendo a la gente a la que Paul debía dinero, el miedo también era otro a tener en cuenta.

El ambiente se encargaba también de acentuar el sentimiento. En el fondo indeterminado de la sala oía el goteo de un grifo, constante, incesante, enervante. Un parpadeo casi constante de la bombilla que apenas iluminaba la estancia más allá de tres pasos de inmediatamente debajo de donde se encontraba. Su acelerada y asustada respiración se oía por encima de todo. Recordaba salir del club de los viernes después de haber visitado a Veronica cuando dos matones se cruzaron en su camino. Era evidente que eso era obra de Six Bullets, pero saber quién le había metido en esa mierda no le iba a salvar el culo.

Intentó forcejear contra las ataduras y librarse. Sentía que las cuerdas eran duras, gruesas, ásperas. No sentía los dedos, solo algo al final de sus muñecas, algo sobre lo que no tenía control y que no podía mover. Sentía como los cabos le pelaban la piel, como si fuera papel de lija.

Tener que respirar por la nariz durante tanto tiempo y de manera deliberada, le oprimía el pecho. Hacía que se convirtiera en una tarea más de la que estar pendiente y que solo contribuía en convertir esa experiencia en algo peor de lo que era, si es que eso era posible.

Cerró los ojos para concentrarse, pero seguía siendo imposible. Se rindió ante las ataduras y el miedo. Empezó a temblar y a escudriñar la oscuridad con los ojos llorosos, intentando encontrar algo a lo que aferrarse y mantener la esperanza de que podría salir de ahí. Por alguna razón no pensaba en sus pocos seres queridos ni lo que iba a pasar.

Mientras empezaba a rezar, ya que no veía forma de salir de ahí, habiendo estado más de dos horas mirando a la oscuridad, atrapado en ese lugar desconocido y lúgubre, oyó el chirria de unas viejas y desgastas bisagras; metálicas. Luego, un perezoso bostezo y unos pasos descalzos que se acercaban. En dos segundos, su pulso se había disparado, comprimiendo todas sus entrañas en un amasijo de asquerosas sensaciones que se amontonaban en su confusa cabeza.

Tras unos segundos que se le hicieron eternos, pudo ver a quien acababa de entrar. Era un hombre que debía rondar el metro ochenta, ancho de espaldas. Efectivamente, no llevaba zapatos ni calcetines; es más, no llevaba pantalones ni camisa. Tan solo llevaba unos calzoncillos slip. Llevaba un revólver en la mano derecha y una botellita de plástico y una caja de cartón en la otra. No le prestó atención a Paul y se adentró en la oscuridad. Segundo después, oyó como arrastraba algo sobre el suelo de cemento. Algo metálico, algo con patas. Una silla o un taburete, una silla. Que hubiera alguien con él no le tranquilizaba, pero tampoco le molestaba, sorprendentemente.

Cuando el hombre alto trajo la silla, se sentó ante él, a escasa distancia. Al poder verle bien, Paul sí que sintió verdadero temor. El hombre era extraño. Todo su brazo izquierdo estaba repleto de tatuajes: nombres. Había algunos tachados y espacios vacíos. No había ningún orden en concreto, Paul pensó en la frase “ordo ab chao”, creyó que si fueran los masones los que le tenían, no tendría que preocuparse ni la mitad que estando entre las manos de Six Bullets.

El hombre tenía la piel clara pero sin llegar a ser pálida. Dedos largos y ágiles. Unos labios carnosos y largos. Una nariz aguileña y sus ojos… tan grandes, tan brillantes, tan penetrantes, desgarradores, aterradores, temibles… azules. En su mirada se adivinaba un demente, alguien cuyas únicas sonrisas que conoce son la que abre de lado a lado de la cara con los dientes apretado de la ira y el placer sádico y la que se abre por la carne a través del paso del filo de un cuchillo. Se miraban fijamente a los ojos, pero Paul rehuía. El hombre cogió su rostro con la mano izquierda y chasqueó la lengua, negando con la mirada.


     —Míreme a los ojos, que es de mala educación—la voz de hombre era suave y un tanto aguda, chirriante incluso. Tranquilizadora hasta cierto punto y por ese motivo más temible aún—. Dígame, señor Henson, ¿desde cuando conoce a nuestro amigo en común?—una cordial sonrisa apareció en su rostro.

Mantenía su posición, sujetando la cabeza de Paul para que le mirara fijamente a los ojos. Aunque la mirada del hombre denotaba seriedad y enfado, su sonrisa era amable y cariñosa. Un revoltijo de sensaciones se mezclaba en el estómago de Paul. 
    
     —¿Va a hablar?—tomó la cinta americana desde un lado de su cara, con el dedo índice y el pulgar, por una esquina, y tiró con fuerza. Eso arrancó algunos pelos de su descuidada barba de tres días— ¿Y bien?—el hombre arqueó las cejas—. Oh, perdón, no me he presentado. Puede llamarme Mr. Bonecrack, o sino sin el Mr. si le parece demasiado formal.

Mr. Bonecrack se quedó quieto, con la cabeza ladeada, esperando a que Paul respondiese. Este estaba sudado pero temblaba. El hombre en calzoncillos se rascó el lado rapado de su cabeza con impaciencia. Miró a Paul a los ojos y la mirada que antes podía parecer enfadada no tenía punto de comparación con la nueva. Pura ira psicópata contenida solo por dos pupilas. La mandíbula de Bonecrack empezó a temblar.

Bajó la mirada hacia la cajita de cartón que había dejado entre sus pies. La abrió con un par de dedos y de ella extrajo una bala que puso con parsimonia en el tambor del revólver.

Paul tragó saliva y se mordió el labio para procurar que no se le escaparan las lágrimas, estaba completamente aterrado.

     —S-s-seis años—tartamudeó.

    —Seis años son muchos años, ¿no le parece?—extrajo lentamente otra bala y la puso en el siguiente hueco mientras llenaba sus pulmones y empezaba a esbozar una extraña sonrisa.

El corazón de Paul explotaba en cada latido dentro de su pecho. 

      —¿Y por qué le ha hecho eso a nuestro amigo en común? Me figuro que sabrá que contraer deudas puede resultar peligroso—la sonrisa de Bonecrack se iba ensanchando cada vez más cuantas más balas ponía en el tambor.

     —Ya-ya… ¡ya le dije que le traería el dinero a finales de mes! Operaron a mí-mí madre y tuve que pagar…

Bonecrack le hizo callar tapándole la boca con la mano. De un golpe de muñeca guardó el tambor del revólver y lo martilleó, luego puso el cañón sobre la nuez de Paul, que temblaba, cubierta de sudor.

     —¿Cree que eso le importa a nuestro amigo? Hay otras formas de ganarse una deuda, señor Henson—la sonrisa era tensa, pero no parecía falsa en ningún momento. Parecía que Bonecrack lo estaba disfrutando, que se estaba divirtiendo—. Y a veces, no hay mejor manera de pagar una deuda que ¡alojándose una bala en la puta cabeza!—bramó el hombre.

Paul estaba llorando y moqueaba sobre la mano del Bonecrack. Le retiró el cañón del cuello y se rascó la sien para luego volver a apuntar a Paul, esta vez, directamente en la frente. La sonrisa se convirtió en una risilla sádica y suave. Bonecrack retiró la mano de la boca del asustado hombre que tenía delante y utilizó la sudada camisa de este para limpiarse.

Con los labios temblorosos y los ojos casi incapaces de ver por lo anegados que estaban.

     —¿Qué cojones quiere de mí? ¿Qué cojones quiere de mí ese hijo de puta? Ya le dije que le daría el dinero, ¡y si él lo quisiera ya lo habría cogido!

     —Y lo ha hecho, —se rio Bonecrack— sin duda que lo ha hecho. Pero usted está aquí—dijo el hombre en calzoncillos señalando a su brazo izquierdo con el cañón y sonriendo, salvaje— porque está en mi lista.

En los siguientes segundos, la habitación se iluminó seis veces durante cortos instantes, después de cada disparo. Lo que antes había sido la cabeza de Paul Henson, ahora eran un montón de pedazo sangrientos de piel, hueso y cerebro esparcidos por todo el suelo. Luego Mr. Bonecrack desató al cuerpo y satisfizo sus instintos más básicos y perversos con el cadáver, sin ninguna prisa y disfrutando del momento al máximo. Justo después, estando aún excitado y totalmente desnudo se tatuó él mismo una línea recta sobre el nombre escrito con letras irregulares y torcidas “Paul Henson”.

2 comentarios:

  1. Cuando alguien se te presenta con un nombre así te haces a la idea de que no tienes muchas posibilidades de salir bien parado.

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  2. Tengo un problema leyendo en el Pc, y es que pierdo la atención, no sé explicarlo. Aún así me has tenido bastante metido (la música ayuda). Un abrazo^^

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