miércoles, 20 de abril de 2016

La Cacería del Lobo (Reto número 5)



Un barco fantasma remonta el río. Las antorchas de oscuras llamas y unas velas negras provocan una sensación de miedo en todo aquel que lo mira. El viento que tira de él pronuncia palabras oscuras y malignas, mientras el navío deja un reguero de humo y cenizas a su paso.

Hasta una ciudad llega el velero, y de él salen espíritus y fantasmas que se extienden por las calles; cobrándose vidas por doquier. Dejando decenas de cadáveres a su paso. Sus espadas etéreas siembran la discordia, la muerte y el caos. Aunque todo hombre que podía empuñar un acero intentó hacerles frente, no se pudo hacer nada para detenerlos.
Llegaron hasta los mismos aposentos del rey. Cinco de ellos, ataviados con buenas armaduras y cotas de malla. Los filos intangibles se hunden en la carne, arrancándole la vida y cobrándose una víctima más.

Así es como me contaron la historia. Fue entonces cuando acudieron a mí. Dicen que tengo el olfato fino. Si con fino se refieren a encontrar asuntos de lo más extraños, pero eso es a lo que me dedico. Vivo de ello. Es solo una manera de ganarse la vida para lograr lo que todos queremos en este mundo: sobrevivir. A veces odio esto, pero luego recuerdo porque lo hago y sigo adelante.

Demasiada gente y demasiadas pasiones he tenido que olvidar y dejar atrás para hacer lo que hago, para protegerles; ahora, para mí son solo un recuerdo. He de aclarar que lo de mi fino olfato me lo dicen por el nombre por el que se me conoce: Lobo. Eso y porque parece que me guste meterme en asuntos como este.

Así fue como me llamaron para acabar con los espíritus. Son como cuando pisas una mierda de perro. Cuesta de deshacerse de ella, ya que se aferra a la suela. Cuando llegué a la aldea, vi que esos no eran como los espectros a lo que me había tenido que enfrentar en otros tiempos. 

No era por la muerte que dejaban a su paso, sino por como dejaban los cadáveres. Difícil de describir, ¿sabéis? Decían que parecían buscar guerra los fantasmas, que iban vestidos con cotas de malla y armaduras. Eso solo hacía que las gentes se estuvieran santiguando todo el rato. Gente temerosa de Dios. Estúpidos. La única seña que hago y que resulta eficaz es el de la Purga para los espectros. Les quema, ¿sabéis? Un castigo para almas impías que atormentan a los vivos. Ni espadas de acero ni candelabros de plata los va a ahuyentar. No hay símbolo más eficaz. La cruz no te va a salvar de un espíritu vengativo.

Este olfato mío es prodigioso por lo que dice la gente. Por lo que me han dicho, es como si un verdadero lobo olfateara a una presa. La verdad, es que no lo sé, es difícil recordar lo que haces durante el Trance. Pero no sé por qué, mientras mi cuerpo está de caza, mi mente empieza a componer poesía de manera involuntaria. La caza es una musa, podríamos decir.  

Pues mi olfato me lleva hasta ellos, hasta el barco fantasma, invisible durante las horas de luz, pero resplandeciente en la penumbra. Me acompaña un bardo de la ciudad. Quiere plasmar en una canción una hazaña que para mí es el pan de cada día.

La orilla en la que el barco está varado, ha sido abrasada. Brasas ardientes y centelleantes saltan del agua y se elevan hasta el cielo. Los pequeños peces flotan muertos, desprendiendo un olor al que ya estoy acostumbrado. El bardo se hace llamar Gavin, por lo que dice; a mí me da igual. Voy a hacer mi trabajo y a cobrar por él. Antes de que los espíritus se percaten de mi presencia me siento en el lodo y cierro los ojos para entrar en trance. Y mientras mi mente se sumerge en la composición de un nuevo poema, el bardo empieza a escribir el relato de mi lucha, por decirlo poéticamente. Leí su poema al terminar. Gavin escribió un milagro que un día cobrará voz. Solo puedo relatarlo con palabras, pues su lírica no puedo ni siquiera recordarla tan detalladamente como merece. Más o menos decía:

Se levanta con serena tranquilidad, mientras los corruptos hijos del Averno saltan por la borda para caer en el agua sin salpicar una gota siquiera. El Lobo se mantiene quieto, con la cabeza gacha, esperando a que la presa caiga en la trampa. Se cuentan por docenas, los que quieren dar caza al cazador. Los ojos del montero no se abren; permanecen cerrados. Hondas bocanadas de aire para soltarlas despacio. Solo cuando los impíos están cerca, da el primer paso. Talmente es acertado llamarle Lobo, pues parece un animal al moverse. Veloz y preciso, mortífero. Sus dedos se mueven en el aire, escupiendo llamas y chispas carmesíes. En cuanto el fuego roza los eslabones de las mallas de los aparecidos, arden entre gritos y sollozos para desbanecerse por siempre, en la noche. La cacería es rápida y eficaz. Simplemente queda humo negro de donde había tenues espectros. El Lobo ha saciado su hambre.

Solo es lo que recuerdo. Su poema parecía trasladarte a esa misma noche. La noche en la que el Lobo despertó.

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