viernes, 21 de octubre de 2016

Ray & Jack - Capítulo 1: Montgomery (Relato)


     —Ray—dijo Jack.
     —Dime, Jack—respondió Ray.
     —¿Cuánto llevamoz ezperando?
   —Unas... dos horas—contestó Ray consultando el reloj de su brazo izquierdo inferior mientras se ajustaba la boina con las manos de los dos superiores.
     —¿Jugamoz al veo-veo?

Ray fijó sus ojos redondos y brillantes en los gigantescos de Jack que se escondían bajo el ala ancha de su sombrero de vaquero. Suspiró y con resignación cantuseó:

     —Veo-veo…
   —¿Qué vez?—Ray miró por el retrovisor y vio a un coche que se acercaba rápidamente.
     —A los cabrones a los que tenemos que reventar el culo.

Ray giró la llave en el contacto y el motor se encendió. Cogió el volante con las dos manos superiores, el cambio de marcha con la derecha inferior y la pistola con la izquierda inferior—con la que apuntaba peor—, que sacó por la ventanilla. Empezó a llover y rápidamente el chaparrón cayó con toda su furia. Ray cerró la ventanilla y se guardó la pistola.

     —¡La próczima vez no me lo digaz, tengo que adivinarlo yo!

Ambos coches eran negros y relucían bajo las farolas, con el agua resbalando sobre el chasis bruñido. Los que conducían el coche al que perseguían seguramente se dieron cuenta de ello, así que aceleraron para darles esquinazo. Ray apretó el acelerador y cambió de marcha. Cogieron una curva muy cerrada, Jack se pegó al cristal.
     
     —¡Ponte el cinturón de seguridad, joder!
     —Zí, zerá lo mejor.

El coche de delante iba en zic-zac para intentar despistar. A esas horas y en ese barrio no había circulación, y normalmente tampoco la había, estaba casi abandonado.

Ray miraba hacia delante con la mirada fija en el coche, atento ante cualquier movimiento brusco. Jack se mordía el labio. Chasqueó la lengua cansado. Se sacó un par de revólveres de debajo del poncho. Abrió la ventanilla y sacó casi todo su cuerpo. Se sentó sobre la puerta.

     —¡Zi no paraiz vozotroz, oz pararé yo, HIJOZ DE PUTA!—y entonces vació las dos pistolas sobre el automóvil de delante.
Uno de los retrovisores estalló. La luna trasera también. El resto de balas se incrustaron o perforaron el  chasis.
Jack se sentó de nuevo, con el sombrero y el pocho empapados. Recargó maldiciendo y mascullando.

     —¡Dispárales a las ruedas!
     —¿Creez que no lo intento?—gritó Jack— ¡El jodido coche eztá en marcha y tengo que dizparar a otro coche en marcha, Ray! No me toquez loz huevoz.
     —¿En tu planeta tenéis de eso?
     —¿Y en tu puta cloaca tenéiz…?—Jack no supo qué contestarle.
     —¡Agárrate!

El coche dio un frenazo y derrapó sobre el suelo mojado. Se subieron a la ancha acera. Ray apretó el acelerador a fondo. Cambió de marcha de nuevo. La aguja llegaba rápidamente al máximo. Estaban forzando mucho al coche.
     
     —Prepárate.

Jack martilló una pistola. La otra la dejó en el suelo. Se cogió de la muñeca para que no le temblara el pulso. Pero alguien salió de una de las ventanillas del otro coche. Y con una metralleta soviética en sus manos. Ray frenó en seco, algo difícil de hacer mientras está lloviendo. La mayoría de las balas se estrellaron contra la pared. Pequeños pedazos de ladrillo volaban por el aire. Mientras el tipo del otro coche recargaba la metralleta, volvieron a acelerar. Jack se cogió de la muñeca. Aguantó la respiración. Disparó. Falló. Martilló de nuevo. Disparó otra vez. Le dio a la llanta. 

     —¡Me cago en la puta!—gritó el cowboy.

Jack saltó por la ventanilla y se agarró de la puerta. Colgando completamente sobre el pavimento de la calle. Si se caía, el suelo le limaría la cara. El del otro coche salió para disparar de nuevo. Jack tomó aire. Apuntó rápidamente. Disparó. Una bala rozó el estómago de Jack. El conductor del otro coche le había disparado. Jack gritó. El neumático estalló y el tipo de la metralleta empezó a disparar. El automóvil zigzagueaba, descontrolado. Jack volvió a meterse en el coche como pudo, apretando la fina y larga herida.

     —¿Lez he dado? Dime que lez he dado.
     —Les has dado Jack. Ahora cállate puto extraterrestre, que me desconcentras.

El coche seguía zigzagueando hasta que giró demasiado bruscamente y resbaló sobre asfalto mojado hasta incrustar una farola en la puerta del conductor. Ray aparcó justo al lado de la otra, para que no pudieran escapar. Jack saltó del coche y corrió hacia la inexistente luna trasera y les apuntó a los dos hombres del coche para que no escaparan.

     —Ni ze oz ocurra salir por aquí, cabronazoz.

Ray se las apañó para salir por la puerta de Jack y luego subirse sobre el capó del otro coche y ponerse en cuclillas.

     —¿Quién ordenó el cargamento?—les preguntó. Nadie dijo nada— Está bien—Ray puso todas sus manos dentro de la chaqueta y cuando las sacó, cada una de ellas tenía una pistola–. No os paséis. Si me la jugáis, aquí el amigo Jack os volará la tapa de los sesos igual que lo hace con las de las de las latas de judías sin pestañear.
     —Bázicamente, porque no lo hago, no tengo párpadoz.
     —Cállate Jack. Aquí ninguno de los dos tiene párpados. ¿Quién ordenó el cargamento?
     —Vete a la mierda, puta cucaracha—dijo el conductor, al cual le sangraba una herida en la frente, a causa de los cristales de la ventanilla incrustados en su cara.

De un rápido movimiento, Ray estrelló los cañones de las pistolas contra el cristal y este se rompió en pedacitos. Dio un par de pasitos hacia delante y apuntó a ambos tipos. Suspiró.

     —Sabed que la paciencia se me acaba antes que las balas, y de balas solo tengo media docena… ¿quién ordenó el puto cargamento, trajeados come-huevos? ¿Nada? ¿No decís nada? Bueno… Jack, ¿qué te parece si hacemos que se coman los huevos? Cada uno los suyos, obviamente. Lo que estos tórtolos hagan de puertas para dentro no es de nuestra incumbencia. Dime Jack, ¿lo hacemos?
     —La idea de ver a eztoz doz comerze zuz propioz huevoz me pone palote, zinzeramente—los tres miraron al extraterrestre con sorpresa y asco en su expresión—. Bueno, que… que te doy luz verde, jefe.

Ray se guardó las pistolas de sus brazos superiores en la chaqueta de cuero. Las otras dos pistolas se colocaron de manera poco delicada sobre las partes de los dos trajeados y las dos manos libres presionaron las cabezas de los sicarios contra los respaldos de los asientos.
     —Voy a contar hasta tres. Cuando llegue al tres os volaré el manubrio y seguramente los huevos. Luego os los haré tragar y si de verdad apreciáis vuestra vida, hablaréis, sino os pegaré un tiro en la frente. ¿Os parece? Claro que podéis salvar los huevos si habláis—los dos seguían en silencio. Ray volvió a suspirar, ya cansado. No paraba de llover—. Uno—se miraron entre ellos—. Dos…

Ray martilleó las pistolas y dejó un largo silencio mientras apretaba lentamente el cañón contra algún testículo. El frío del metal atravesaba la tela y se sentía en la gruesa piel, pero el dolor era más fuerte. Uno de ellos se mordió el labio inferior y apretó los párpados a la espera del tres y de un dolor mucho mayor. Por un momento se mareó y le tenía demasiado apreció a su miembro.
      
       —¡Montgomery!
       —¿Cómo has dicho?
      —Solo sé que sé llama Montgomery. Siempre hemos tratado con sus hombres de confianza, es muy precavido—el otro no decía nada, se había congelado y estaba pálido.

Ray levantó la pistola de la entrepierna del charlatán.
    
     —¿Y sabes algo más de ese tal Montgomery?—dijo esta última palabra con tono de burla. El hombre asintió. Tenía los ojos llorosos.
     —El muelle entero le pertenece, tiene ojos y orejas en todas partes… y sé que por haber dicho esto me voy a arrepentir.

Un sentimiento de miedo invadió a Ray y a Jack. La cucharacha se pensó bien las palabras que iba a pronunciar a continuación, pero un gran nudo se había asentado en sus entrañas y no podía pronunciar nada. Las cabezas de los trajeados estallaron y los sesos y la sangre cubrió a Ray, que se lanzó al suelo y apuntó en todas las direcciones. Al mirar hacia Jack vio como los cañones de sus revólveres humeaban.

     —¿¡Por qué cojones has hecho eso, pedazo de imbécil!?—chilló Ray.
    —¡No, no lo zé! Me he puezto nerviozo por lo que ha dicho, y cuando me pongo nerviozo me entran ganaz de eztornudar. Joder, el gatillo ze ha apretado cuando he eztornudado. ¡NO TE QUEJEZ, JODER, YO TAMBIÉN ME HE PRINGADO!
     —Yo es que te mato, cabrón…

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