Estoy de pie en la cocina. No recuerdo a qué he venido,
pero es de noche y estoy a oscuras. Miro a mí alrededor, por la ventana de
donde entra la luz de la calle. ¿Qué hago aquí? Oigo un ruido fugaz entre las cortinas.
Veo su sombra en el suelo, sobre la luz anaranjada de las farolas de la calle.
Me acerco a ellas lentamente. Mis pies descalzos notan la fría y dura
superficie del suelo alicatado con baldosas pulidas. No sé por qué, pero no
enciendo la luz en ese momento. La sensación de que hay alguien conmigo en la
habitación me recorre todo el cuerpo. Nadie más vive en mi apartamento, un
cuarto piso en una calle poco concurrida. ¿Quién iba a entrar a mi casa a las
tres de la madrugada? La sensación persiste. Esa molesta sensación que invade
mi ser me persigue y a cada paso que doy va en aumento.
Meto la mano en el bolsillo y saco el móvil. Lo
enciendo para ver la hora que es y para iluminar la sala con la foto de mis
sobrinos que tengo de fondo de pantalla; las 3:11 de la mañana. ¡Qué tarde!
Debería estar en la cama, pero tengo la sensación que alguien me está
observando. Hay alguien aquí dentro y no sé dónde pero sé que lo está. El miedo
es algo normal, ¿verdad? Es algo natural que todos llevamos dentro. Siempre he
oído que el miedo es algo bueno, que te mantiene vivo y alerta. Si no
tuviéramos miedo seguro que todos estaríamos muertos. Enciendo la linterna del
móvil y el flash se enciende de golpe, inundando la habitación con una luz
clara y blanca, deslumbrante. Las sombras, largas y negras, se proyectan sobre
las paredes y el suelo, contrastando con la blancura de la linterna.
Sigo teniendo la sensación de que hay alguien aquí.
Joder, hay alguien, ¿pero dónde coño está? Los nervios me aprietan y los
músculos se me tensan. Siento como el corazón se me acelera y como el sudor
empieza a empapar las axilas de mi camiseta. Vuelvo unos pasos atrás hacia la
cocina. Busco sin mirar en un cajón y saco un cuchillo de sierra se él. Lo
rodeo con mis dedos y lo sujeto con fuerza, los nudillos empalidecen
rápidamente. Mi respiración es cada vez más ruidosa y está más acelerada.
Todo queda oscuro por un segundo y la luz vuelve a
aparecer de nuevo. Se me resbala el teléfono y la linterna ilumina toda la
sala. Me agacho lentamente, temblando,
para coger el móvil otra vez. La presencia está detrás de mí, seguro. Un golpe
en la cabeza me deja sin sentido y cuando caigo al suelo veo unos pies que
están delante de mí. El corazón me va a estallar. Toda la vida delante de mis
ojos. ¿Voy a morir?
Lentamente abro los ojos. Parpadeo perezosamente y de
manera dolorosa. La cabeza está a punto de explotarme y me da vueltas, muchas
vueltas. Hay una luz encendida. Me está cegando los ojos y no puedo ver nada,
así que me cubro los ojos con la mano. Sigo teniendo el cuchillo. Creo
vislumbrar una sombra al otro lado de la mesa, parece alguien de pequeña
estatura, no lo sé con certeza. Siento la boca seca, pastosa. No, ¡no está
seca! ¡Hay algo dentro! ¿Un polvorón? ¿¡En marzo!? Me acerco la mano izquierda
a los labios para comprobar que es un polvorón y me pincho la boca, tengo un tenedor.
La vista se me aclara y llevo colgando un babero del cuello ¿qué mierda es
esto?
—¿Quién es?—consigo pronunciar, disparando cachos
polvorientos de polvorón, valga la redundancia.
—¡No se habla con la boca llena!
Esa voz me es familiar. Es una voz femenina, algo
cansada. Sé quién es, pero la luz de la lámpara del comedor no me deja verla
con claridad. Entorno los ojos para ver mejor.
—¿¡Abuela!?
—¿Cómo que abuela? ¿Cuánto tiempo llevas comiendo de
esas pipsas y de esos donus? Eso no es comida de verdad,
porquería, basura. Anda, comete las patatitas que te he hecho y la carne
rebozada, que está muy rica. Y luego tienes más, eh: un poquito de pescado, que
ya sé que no te gusta pero es bueno y le he quitado todas las espinitas.
También te he hecho un pastel de manzana y otro de queso. ¡Come, come! Que
estás en los huesos. Y hasta que no te lo hayas comido todo no te levantas de la
mesa. Ahora me voy al comedor, a hacer un poco de punto y a ver la reposición
del Saber y ganar, que lleva unos
días muy emocionante.
Me va a estallar la cabeza. ¿Cómo coño ha entrado la
abuela a estas horas? Además, las únicas llaves de mi piso las tenemos yo, mi
madre, mi hermana y el portero. Me rasco la cabeza, intentando adivinar de
dónde las habrá sacado. ¡Que tiene ochentaiséis años, por Dios! Me levanto de
la mesa, soy una persona adulta y puedo hacer lo que yo quiera.
—¡Que te sientes y comas, te he dicho!
—Sí, abuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu opinión, que siempre me resultará útil (pero desde el respeto).