No es el manuscrito, pero me pareció chula la foto. |
Me acabo de dar cuenta que en la primera página pone el año,
muy inteligente por mi parte. 223 años, aunque quizás sean las memorias del
abuelo del tatarabuelo de mi bisabuelo… menudo lio generacional. Bueno, el caso
es que son de 1793. Es como una especie de diario. Se ve que este antepasado se
dedicaba a viajar y a ver acontecimientos importantes, porque todo lo que he
leído se recoge en los libros de historia. Quiero compartir las memorias de
este gran pájaro para que veáis la historia que hay detrás de este cuervo. ¡Que
han pasao’ muchas cosas! He de aclarar que este era el primero de mi familia en
asentarse en el Reino Unido, así que lo escribió en inglés. Lo voy a traducir,
ya que ya he empezado escribiendo en castellano. Si queréis, podéis leerlas sin
traducir (aquí).
Empezamos en París el día 21
de enero (muy viajeros somos en mi familia). Y empieza diciendo:
Había oído hablar sobre la
revolución que los franceses habían organizado ya unos años atrás. Sirvió pues,
ya que su pretensión era aplacar al poder que les subyugaba y aquí tenéis a
vuestro servicial cuervo narrándoos como presenció desde la cornisa de un
edificio la decapitación de Louis XVI.
No creo que quien tenga
entre sus manos este manuscrito pueda llegar a concebir la cantidad de gente
que ocupaba la plaza, dejando en el
centro un hueco que era rellenado por una estructura de madera que se alzaba
imponente sobre las cabezas de los parisinos. Hombres y mujeres de la clase más
baja veían con el corazón latiendo de ira cómo llevaban a su opresor monarca
hasta la plataforma. En cuanto plantado estuvo ante la vista de todos, el vago
silencio que había reinado en la plaza se tornó un solo, desacompasado y
atronador canto de una multitud que clamaba justicia, sangre y muerte.
Las plumas del cuervo que os
narra estos hechos se le erizaron de emoción; quizás nervios, quizás pavor. Ver
a todo ese furioso gentío clamar al unísono la muerte de un rey es un hecho que
no uno puede presumir de haber sido testigo.
Pues fue el monarca llevado
hasta la plataforma, ante su mismo ejecutor; alguien imponente, sin duda alguna.
El rey era un hombre algo
entrado en carnes, de redondeada nariz y pequeños labios; pero su aspecto no
era el de un rey, no señor, no lo era. Lastimoso y sucio. Polvoriento y sudado.
Tembloroso ante la gente, aterrado ante la sola idea de pensar en lo que le harían
a su cuerpo cuando su corazón dejase de latir. En cuanto el verdugo puso la
mano en su cuello, el ruido volvió a apoderarse de la plaza.
El hombre que hasta hacía
unas jornadas era rey y soberano de una nación, en ese momento se le trataba
como lo más bajo y rastrero; pero que una rata rabiosa. Es de difícil creer
como los humanos se dejan llevar de tal modo por los sentimientos que
aprisionan sus corazones.
Tumbaron al rey sobre la
guillotina y luego le ajustaron el cuello. Tenía las manos atadas a su espalda.
En el momento en que vio como dejaba caer la cabeza para mirar al cesto que
había debajo de ella, este narrador vuestro sintió otro escalofrío que
comprimió sus entrañas hasta la garganta, haciéndose una tarea de ardua
dificultad el simple hecho de tomar aire.
La gente seguía ansiosa de
sangre. Cuando te han pisoteado y humillado hasta verte rebajado a lo más mísero
de la existencia misma, las cosas solo pueden ir a mejor. Es imposible concebir que se pueda tener peor
fortuna cuando no hay agujero más hondo en el que yacer, esperando paciente a
la muerte. Los que yacen en camas con mantos de oro y seda, no pueden siquiera
pensar en el día en que la parca venga a por ellos sin que se les erice el
bello de la nuca. Su existencia es demasiado preciada como para dejarla
escapar. Y eso mismo le sucedía al soberano caído entre la plebe; veía entre la
gente a una oscura presencia que aguardaba a que su alma abandonara su cuerpo
para llevarla así al infierno y hacerle pagar por sus pecados.
Fue cuando el verdugo se acercó a la cuerda que sostenía la afilada cuchilla de la guillotina, que pareció como si el tiempo hubiera dejado de ser el que era para detenerse y saborear el momento. Como si todo el aire del lugar se hubiera personado para hacer compañía al tiempo. Por un instante, la vida misma se detuvo. Pero de repente, sin que el hombre que estaba tendido sobre la plancha de madera pudiera adivinarlo, el acero afilado cayó en picado sobre su gaznate, manchándose de sangre que no era azul como cuentan las fábulas sobre los reyes. La sangre que corre por sus venas es tan roja como la del hombre más pobre. La cabeza cayó dentro de la cesta con todo su peso. El cuervo que escribe esto, arrancó el vuelo para verlo mejor. Así pues, me posé sobre el mismo artefacto ejecutor desde donde se podía apreciar perfectamente la mollera que hasta hacía escasos segundos, estaba unida a un cuerpo.
El verdugo tomó pues la aún
sangrante cabeza por los cabellos y se la mostró al público: la función había
concluido; era la hora de los aplausos.
Ahora vuelvo a ser yo. Ya
veis de donde me viene la vena escritora. Vaya crac estaba hecho el… antepasado
Bergulv. Sus padres eran de noruega, por lo que parece. Hay unas pocas páginas
en las que cuenta su infancia (y el nombre lo he sacado de la primera página,
como no).
Me lo imagino tal que así. |
Hasta entonces, me voy a
quedar aquí en la rama, traduciendo. Buenas noches y soñad con los cuervos.
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