viernes, 11 de marzo de 2016

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre sí me acuerdo (Reto número 2)



En esto que estando ya en aquel campo, descubrieron cuarenta o cincuenta montones de paja, ya atados después de la cosecha. Y cuando el buen don Quijote los vio, le dijo a su escudero:
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde nos aguardan cuarenta o Dios sabe cuántos, muertos en vida, con quien pienso hacer batalla y devolverles a las tumbas que jamás debieron abandonar, que esto es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de  la faz de la tierra.

—¿Qué muertos en vida?—dijo Sancho Panza.
—Aquellos que allí están—respondió el amo—de las pieles amarillentas, buen Sancho.
—Mire vuestra merced—respondió el escudero—que aquellos que allí se aparecen no son muertos en vida sino pilas de paja, lo que la amarilla piel lo es también.
—Pues parece—respondió el buen don Quijote—que no estás cursado en esto de las aventuras. Esos de ahí son muertos en vida, si te inspiran miedo, aparta y déjame a mí. Ponte en un espacio seguro y ponte en oración, pues me voy a enfrentar con ellos en batalla.
Y tras esas palabras, le dio con las espuelas al caballo Rocinante, sin escuchar lo que el buen escudero Sancho le advertía. Que esos no eran muertos en vida, sino montones de paja. Pero don Quijote estaba encasillado en sus palabras, y no oía al escudero que tenía a tan corta distancia. Y así fue don Quijote a plantar cara a los muertos en vida, cabalgando a Rocinante, profiriendo espantosas injurias hacia las pilas de paja.
–Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Pereced bajo las poderosas pezuñas del trotón.
Y acercóse tanto el caballero don Quijote a los cúmulos de forraje, que el caballo saltó sobre uno de ellos para no tropezar de bruces con él. El buen caballero, blandiendo su lanza en el aire intentó atinarle con una feroz estocada; mas nada más lejos de la realidad. El desequilibrio le invadió el ser, lanzándole al suelo, sobre la brizna. Revolvióse pues don Quijote en el sitio, creyendo que la paja era en efecto un muerto en vida que le agarraba con fuerza los miembros. Los gritos eran ensordecedores y terribles.
—¡Huye mi buen Sancho! No esperes que la vida me conceda una segunda oportunidad para remediar los actos de maldad que he podido acometer, pero mis intenciones eran de santo al querer librar a la tierra de estos seres del averno. ¡Ah, vil demonio! ¡Con mi espada te atravieso y al infierno para siempre te condeno!—dijo desenvainando la espada y golpeando la paja con ella, haciendo saltar polvo y pequeños pedazos.
Con una presteza que pocas veces se ha visto en un hombre, don Quijote echó a la carrera con la lanza en una mano y la espada en la otra, gritando a su caballo y a su escudero. Se acercó a una mata y se lanzó detrás de ella por tal de cubrirse y guardar su vida del mal que le acechaba.
Se encontró allí, tumbado en el suelo a Sancho, con el sombrero cubríase los ojos y una rama de romero entre los labios, echando una siesta.
—¡Es que has perdido el juicio, Sancho Panza! ¿A quién se le ocurre tan solo cerrar los ojos cuando se está rodeado de engendros del demonio que desean arrancar las entrañas al primero incauto con el que se tropiecen?—se asomó prestamente por encima de la mata y se encogió de nuevo, rápidamente—. ¡Pardiez! Son veloces los condenados. Huyamos ahora que podemos. Un caballero sabe cuándo debe luchar y cuando es mejor retirarse.  
Enfundó su espada y se fue al encuentro de Rocinante mientras Sancho se incorporaba tranquilamente para cabalgar a su montura. En cuanto don Quijote se hubo sentado a horcajadas sobre los lomos del rocín, huyó como alma que lleva el diablo del lugar; mirando atrás de vez en cuando para cerciorarse de que su escudero no había sido presa de los muertos en vida.
—¡No zom-bienvenidos en estas tierras!—profirió torpemente y con la lengua trabada, quizás a causa del miedo o de la excitación. 

He tardado mucho en subir el segundo reto, pero es que hasta ahora no me había apetecido escribirlo.

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